Y ahí estaba él, sentado en las escaleras. Nada parecía haber cambiado. Por un momento ella pensó que todo iba bien, que era feliz como antes. Él estaba mirándola, y daba la impresión de que llevara allí horas esperándola. Llevaba puestos sus pitillos vaqueros, y aquella camisa de cuadros que se había puesto el otro día en el café.
- Hola. dijo él, con timidez- No me atrevía a timbrarte, y por eso me quedé aquí esperando a que salieras. El otro día te olvidaste esto.
Él le tendió una chaqueta negra, la que había olvidado en el bar, y ella se fijó en la bolsa que estaba apoyada en el suelo.
- ¿Qué hay ahí?- no podía comprender por qué le había devuelto la chaqueta, ni por qué había esperado tanto solo para verla.
Como respuesta, él sonrió y sacó una botella de vodka negro, otra de jack daniels y una caja con pastillas y hierbas.
- ¿Qué harás con todo eso?- preguntó, entre tímida y sorprendida.
- Compartirlo con la chica más guapa que he visto nunca.
Entonces él le ofreció la segunda botella y comenzaron ambos a beber.
- Eres único- dijo ella, cuando ya se encontraban entre las sábanas de su cuarto.
- Y tu el amor de mi vida.- dijo él, tan bajito que ella apenas lo escuchó, en parte también por el efecto de las drogas y el alcohol, ella no debía (o no quería) escuchar las palabras del chico que estaba en su cama. No quería creer lo que su corazón le decía. Estaba enamorada.

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