Just tell me more.

Debía tener 16 años, pero aparentaba alguno más. Estaba sentada en los ultimos asientos del bus, liándose un pitillo. Tenía el pelo muy largo, de colores en las puntas y rubio en el resto. A pesar de que ese era un viaje bastante largo, solo llevaba una mochila vieja de cuero. Escuchaba música en unos cascos enormes llenos de dibujos y tachones. Llevaba un collar de los Rolling's, una camiseta de The clash y una muñequera de Nirvana. Su cara, llena de piercings, no aparentaba simpatia, si no más bien parecía una fortaleza impenetrable a su corazón. Miraba constantemente por la ventana, dándose cuenta de que acababa de dejar todo lo que conocía por un chico. Pero no, no eran novios. La gente siempre pensaba que la chica bajita y el chico alto y grande mantenían una relación, que eran más que amigos. Bueno, en lo segundo no se equivocaban. El era el hermano que nunca tuvo, la persona que más le había apoyado, que no la había judgado, que la había consolado. Debajo de las pulseras que adornaban su brazo se escondían cicatrices que la atormentaban cada noche y que poblaban sus pesadillas. Buscó en su mochila y encontró un paquete de chicles de menta a punto de acabarse y una chocolatina. Pensó en comer el chocolate, pero otro fantasma se apoderó de ella, y se tocó los muslos con desprecio. Pensó en la persona que la esperaba cuando saliera del bus, y decidió hacer un esfuerzo por el. Poco a poco, acabó la chocolatina, y solo dos veces puso cara de asco. Después, se tomó un chicle para quitar el sabor amargo de su enfermedad. En sus cascos y en su mente sonaba Lithium, Nirvana. "I'm so ugly, but is okay cause so are you" Y sonrió. Las señoras la miraban, y ella enseñaba su piercing de la lengua con desparpajo. Ella reía mientras la llamaban maleducada, porque la única persona a la que buscaba le daba igual todo aquello. Ya tenía cuatro pitillos liados, que guardó en una pitillera de Audrey Hepburn. Se preguntaba si en el lugar al que iban podría conseguir pastillas. No dudaba de sus cualidades, más bien dudaba que su acompañante le permitiera seguir jodiendose la vida. Pero, pensándolo mejor, se dio cuenta de que no importaba el destino, solo su compañía, y resultaba que el era mejor que cualquier droga de diseño que hubiera probado, mejor que la morfina que la habia sedado meses, mejor que los nutrientes intravenosos que le habian mantenido las constantes vitales, mejor que el Dorken, el Trankinazin o cualquier otro ansiolitico o depresivo al que se hubiera enganchado, porque el hacia mucho mas, la hacia sentir feliz, y, sobretodo, viva.

Comentarios