El susurro de una hoja llevada por el viento. El olor a hierba recién cortada. El tacto rugoso de una corteza de árbol. Unas hojas de palmera que, mecidas por brisa, juegan a ser pájaros imitando el sonido de sus alas.  La panorámica de un parque vacío, sin nadie que juegue en él. El dulce sabor salado del mar. El sonido de su risa cuando le hacen cosquillas. El sabor de un Monster sentada en el banco, sin nada mejor que hacer. La suavidad de su sudadera en mis hombros. Hay momentos de la vida, en los que te sientes sin ánimos para continuar, como si tu destino fuese una página en blanco que no pudieras rellenar. Es ese momento en el que tu visión se asemeja a la de el resto de animales, en blanco y negro. No te das cuenta de las pequeñas alegrías que te da la vida, esas que gestiona a cuentagotas, poquito a poco. Como si fuera una medicina y fuera diseñada de forma que casi no pudieras percibirla. Así que, yo, desde mi habitación, te aconsejo que, cuando pienses que esa página no puede escribirse a lápiz, escribe todo aquello que te guste a bolígrafo, o a rotulador permanente. Para que nunca se te olvide que siempre hay un motivo.