Hoy ha amanecido un día especialmente horrible. No es porque sea Jueves, ni porque sea día 13. Es porque, miro mi casa, y veo todo lo que me queda por hacer. Pasar la aspiradora. Recoger. Ducharme. Dejar el ordenador. Es porque veo mis futuros libro y pienso que no seré capaz de hacer nada con ellos, que mejor hubiera sido tirárselos a un puerco. Y en mi cabeza, aún recuerdo a aquella persona a la que traté tan mal, solo porque quería mantener mi coraza y fingir que nada me importaba. Ya estoy pensando en lo que pasará cuando me muera, y tengo miedo de que no pase nada. También tengo miedo a hacerme mayor, tener hijos, nietos, arrugas, y ver como la gente a la que amo se va desvaneciendo. Mis padres. Mis tíos. Mis amigos. Mi hermana. Se que algún día todo se acabará, que me quedaré sola con ochenta años, porque habré sufrido demasiado, habré llorado lo suficiente y lo habré aprendido todo, menos el secreto de la muerte, que un día vendrá a por mi, pero no me llevará a ningún lugar, porque yo se que después de la muerte no hay nada, solo un gran vacío, que se sitúa en las personas que te quieren. Mis hijos intentarán alegrarme, y mis nietos, pero no podrán. Mi alma estará vacía, seré solo un caparazón de tortuga sin su habitante. Por eso a veces pienso, ¿y no será mejor tirarme ya a las vías del tren? o mejor aún, ¿no será preferible encerrarme en la cámara secreta y esperar a que me coma un basilisco?

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