He llegado a un punto en el que nada me importa. He aprendido a ser feliz a base de ostias, la mayoría dadas por mi misma, pero también aprendí que no merece la pena estar así. Pero, aún hay días en los que algo se apodera de mi, supongo que será el recuerdo de aquella mala racha. Recuerdo cuando dije que nunca iba a beber. O cuando dije que nunca probaría el tabaco. Me río. Mamá, por favor, perdóname. A veces pienso que he tenido una guerra contra mi interior, y, como todo el mundo sabe, las guerras siempre dejan huellas. Ya no puedo querer a ningún chico. No puedo, aunque quiera. Y no se si eso es bueno o es la peor de las maldiciones que podrían caer sobre mí.

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