Despertó una mañana, o una tarde, o un mediodía, no recordaba nada de las últimas horas. Abrió poco a poco los ojos, porque la luz le molestaba en las pupilas. Movió un brazo y algo de vidrio cayó. Era una botella de cerveza. Y en el suelo había cuarenta más, mínimo. A su lado había un paquete de tabaco con tan solo un cigarro dentro. Mierda, he roto mi promesa, se dijo a sí misma. Notaba un aliento extraño y todo le daba vueltas. Estaba durmiendo en el suelo, tapada con una sábana. Dio una media vuelta y se encontró con aquel chico que le dijo que la quería. Pero a su lado también había otra chica a la que seguramente también habría dicho que quería. Debía haberlo imaginado. Tardó poco tiempo en darse cuenta de que solo llevaba su ropa interior. Al lado de un montón de cervezas encontró una camiseta enorme. Probablemente coger esta camiseta no sea lo peor que he hecho esta noche, pensó mientras se la ponía. Definitivamente, era de un chico, pero era demasiado grande para ser del chico con el que había dormido. Buscó su mochila en la enorme habitación, pero no la encontró. Poco a poco, se levantó. Las piernas le temblaban y los pies no respondían correctamente. Su mochila era la almohada de la otra chica, pero sus cosas no estaban dentro, si no tiradas por el suelo entre cristales de botellas. Sustituyó la mochila por unos pantalones y se la colgó al hombro. Al levantarse se tambaleó, pero se dijo a sí misma que no podía caerse ahora. Recogió un paquete de pañuelos y una bolsa con maquillaje. Su cartera seguía teniendo el mismo dinero. Rescató su móvil de entre el bolso de otra chica y miró la hora. Ocho de la mañana del 10 de agosto. ¿Acaso había dormido un día y medio? ¿Cuánto tiempo había estado de fiesta? No lo sabía. ¿Quién era ella? Tampoco conocía la respuesta a esa pregunta. Podía rellenar los datos básicos. Nombre, edad, color favorito, mejores amigas, ex novios, número de teléfono y demás. Lo que no sabía era que le pasaba, por qué de repente se había convertido en esa clase de personas que ella odiaba hacía no demasiado tiempo. Buscó unos zapatos, y lo único que encontró fueron sus botas moteras negras. Se puso unas medias que encontró en el suelo medio rotas para que no le rozara demasiado el pie. Estaba completamente despeinada y con el maquillaje corrido, pero le daba igual. Solo quería salir de aquella casa. Salió del salón y vio la puerta de la cocina. Una arcada comenzó en su garganta y fue corriendo al lavabo de la cocina. Después abrió el grifo y bebió agua, que también acabó vomitando. Su estómago protestó, pues debía llevar tres días sin comer. Abrió una alacena y encontró unas cuantas galletas, que engulló enseguida. Luego, se fue de aquella horrible casa. Mientras iba en el ascensor, miró su blackberry. Tenía diez mensajes de gente que le decía "¿que has hecho esta noche, puta? ¡NO VUELVAS A HABLARME!" Miró los destinatarios, pero ninguno le pareció conocido, por lo que no se alarmó demasiado. En el portal había una botella de Shandy a medio terminar, así que ella la cogió  y empezó a beberla. Si, le sentó bien. Al salir a la calle, todos le miraban, y ella se daba cuenta de que era el perfecto ejemplo de "Enseñarles a tus hijos cómo NO deben ser".  Parecía de esas chicas que les hacen fotos para las campañas de "No bebas, no te drogues, podrías acabar como ella". Pero ya todo le daba igual. Estaba rota por dentro y el desfase era lo único que le hacía sentir algo más que vacío.

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