Ana y Mía.

Quiere ver sus huesos. Quiere que sus costillas sobresalgan. Los huesos son bonitos, piensa, tengo que mostrarlos. Huesos, huesos. Es el único pensamiento en su mente, tiene que mostrarlos. Se siente como atrapada en un disfraz gordo del que pronto podrá desprenderse. Comienza a mentir. Me duele la tripa. Comí con mi amiga. Tomamos algo de camino. Estoy muy harta. No tengo hambre. Su estómago se resentía, rugía como un animal hambriento en busca de una presa fácil. Pero la chica era fuerte. Lo poco que su organismo recibía como sustento era expulsado poco después, como si quisiera sentirse limpia. La báscula marcaba 45 kilos. Pero no era suficiente, no aún. Poco a poco, la gente empezó a sospechar. Apenas se movía, se mareaba con facilidad y había llegado a desmayarse varias veces, por no mencionar su aspecto desvalido. La advertían, todos lo hacían, pero ella, con 16 años recién cumplidos, buscaba ser lo contrario al resto. La Diosa Ana, anorexia, la engatusó, y su hermana Mía, bulimia, la acompañó durante mucho tiempo. Estas dos Diosas convencieron a la chica de que la comida era asquerosa. No podía ni probar bocado al cabo de un año. Claro que, para entonces, ella ya estaba ingresada en un hospital. No habían sido pocas las veces que quiso arrancarse la vía que la sostenía a la vida que ella, sin darse cuenta, había decidido abandonar. Su mejor amiga y su familia no creían lo que sus ojos les informaban, no querían creer que aquellas enfermedades afectaban a su pequeña. Pero resultó ser que "su pequeña" era fiel a sus Diosas, que realmente no existían, eran personajes creados por ella misma para sobrellevar el vómito y el ayuno, era la metáfora que le daba las fuerzas para continuar su lucha por los huesos. Huesos. Seguía queriendo mostrar sus huesos a todo el mundo. La báscula marcaba ahora 40. Se encontraba en un estado en el que no estaba viva, pero tampoco muerta. Un día, caminaba por el hospital del brazo de su amiga y las fuerzas la abandonaron. Su corazón se había parado. ¿Qué está pasando? se preguntó, ¿que hago en el suelo? ¡Quiero levantarme! ¡Quiero acabar con esto de una vez! ¡No puedo seguir viviendo así, esto no es vivir, es una tortura! Y en ese momento habló con sus Diosas. "Si ahora mismo muero, me iré con vosotras toda la eternidad, pero si sobrevivo a esto, volveré a la vida, volveré a nacer de mis propias cenizas, como aquella ave tan majestuosa que vi una vez, el ave fénix. Sí, si consigo sobrevivir, se que lograré comer, lograré volar y alejarme de este maldito agujero en el que he caído" Y a ritmo de electrochoques, abrió los ojos, los abrió de verdad, y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió, sabiendo que nada volvería a hacerla caer de esa forma.

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