Ella vuelve a mirarse en el espejo. Su reflejo no es como cada noche sueña. Siente que no llega, que el listón se ha vuelto demasiado alto. Ya no es suficientemente buena, ni suficientemente lista, ni suficientemente delgada. Las lágrimas acuden a sus ojos, una por cada complejo, y piensa en lo poco que vale, en que siempre la gente va a preferir a otra persona. Está sola en su casa, y esa noche toma una decisión que cambia su vida, y es que cuando crees que eres una mierda, sientes que tienes que vaciarte. Poco a poco, su  objetivo se va cumpliendo, pero en su lugar ha de aguantar los comentarios de la gente. Pronto, los dígitos se convierten en lo más importante. La báscula marca cada vez menos, y ella se siente feliz, pero lo que ella no nota es que, a la vez que su estómago, sus ojos se vacían de vida. Desmayos. Bajones de azúcar. y cuando se da cuenta, despierta en una camilla de hospital. Su cuerpo lo rechaza todo, sus amigas lloran y su familia reza. Y entonces, para no estar ya cansada, cierra los ojos.
Ahí desperté aquella noche, desperté de la pesadilla, y puede ser que el sudor frío y las lágrimas que me acompañaron me ayudasen a entender lo que realmente importa.

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